Esta ilusión óptica recibe este nombre porque fue descubierta a comienzos del siglo XIX por un tal Ignaz Paul Vital Troxler, y pone una vez más de manifiesto lo ciego que es nuestro cerebro y lo mal que puede funcionar nuestra percepción visual. Nuestras neuronas necesitan un estímulo constante para no ignorar lo que tenemos alrededor, y eso incluye mover los ojos: por eso al fijarlos se produce la difuminación. Al igual que otros sentidos, estamos equipados para ignorar ciertos estímulos repetitivos.
Para que se produzca el efecto, además, la imagen de partida ya debe de estar difuminada. Al fijar un campo visual estático , la percepción visual se vuelve de un tono homogéneo y que parecen desaparecer los contenidos de ese campo.