Diez formas de fracasar en prevención cardiovascular
Dr. Daniel Flichtentrei
Considerar enfermo sólo a quien padece síntomas
Equiparar síntomas a enfermedad expone a los enfermos a inadmisibles demoras diagnósticas y a intervenciones tardías
Considerar que dar órdenes es una estrategia comunicativa apropiada.
Considerar a sus pacientes responsables de sus hábitos de vida.
Resulta ingenuo pretender que el voluntarismo o las actitudes autoritarias podrían producir los resultados que todos esperamos.
Considerar al modelo asistencial clásico apropiado para enfermedades crónicas.
Recientemente el estudio EUROACTIVE ha obtenido resultados altamente favorables empleando equipos coordinados por enfermeras, no sólo sobre los propios pacientes, sino sobre sus grupos familiares que también mostraron importantes cambios en sus hábitos y en la prevalencia de factores de riesgo como el tabaquismo, sedentarismo u obesidad.
Considerar que Ud. sabe todo lo necesario para resolver el problema.
Ceguera a los límites de su conocimiento específico
Ceguera a los saberes ajenos
Ceguera a todo cuanto no pueda reducir a sus esquemas de causalidad
Ceguera a las críticas extradisciplinarias
Disciplinas como la enfermería, la asistencia social, la nutrición, la antropología, la sociología o la psicología no pueden quedar marginadas de las iniciativas de prevención cardiovascular. Ignorarlas no sólo empobrece nuestros resultados sobre los pacientes, nos degrada como profesionales capturados en una ingenua ilusión omnipotente.
Considerar a la cultura y a las condiciones sociales como ajenas al tema.
Toda propuesta de acción está destinada a personas incluidas en un ambiente.
Nadie puede modificar lo que no ha identificado como problema, nadie puede transformar sus hábitos contra su historia o su cultura sin la ayuda imprescindible para construir nuevas redes de sentido, nadie adherir a tratamientos a los que no puede acceder o a explicaciones que no logra comprender.
Considerar a las enfermedades cardiovasculares como patologías del varón.
Todo parece indicar que las pacientes mujeres deben luchar contra una enfermedad de la que se suponían a salvo y contra un prejuicio médico que aplica sobre ellas modelos clínicos provenientes de la descripción del cuadro en hombres.
Esta definición, aún siendo real para una etapa de la enfermedad, es restringida y lleva implícitos al menos dos riegos conceptuales que pueden ocasionar graves daños en los pacientes:
a) Quien no presenta obstrucción no tiene enfermedad
b) Quien resuelve la obstrucción que padecía cura su enfermedad.
El análisis del prolongado proceso de aterogénesis permite concluir que el período más prolongado en el curso de esta enfermedad es justamente aquél donde la enfermedad está presente, pero la luz del vaso no se encuentra comprometida de manera significativa. Es perfectamente posible encontrar evidencias de notable afección funcional (disfunción endotelial) y estructural de los vasos con una localización excéntrica o extraluminal dando lugar al proceso conocido como remodelación vascular. Del mismo modo luego de un procedimiento desobstructivo exitoso endoluminal o quirúrgico, el flujo se restablece pero la enfermedad endotelial subsiste. Actualmente sabemos que los episodios agudos guardan menos relación con el grado de obstrucción previa que con las condiciones de vulnerabilidad locales o sistémicas de cada paciente.
Es conocido el modo en que nuestras prácticas se derivan de las representaciones que construimos de los objetos de conocimiento. La “metáfora de la cañería” como modelo de enfermedad vascular responde a una idea rudimentaria basada en conceptos puramente hidrodinámicos. De este modo no resulta extraño que muchas veces no se considere enfermo a quien claramente lo está o se considere curado a quien definitivamente no lo está. Resulta entonces más apropiado considera que la obstrucción no es la enfermedad, aunque represente un momento de extrema gravedad en su curso, y que la desobstrucción no es la curación, aunque represente un punto crucial como estrategia de tratamiento. La enfermedad es el conjunto de condiciones que hacen que la obstrucción ocurra y, la mayoría de las veces, esto no resulta modificado por lo procedimientos que restituyen el flujo de sangre en el vaso obstruido.
Considerar que rehabilitar es volver al estado previo a la enfermedad.
Esta premisa -inscripta en la propia palabra re-habilitar- encierra su propia falacia. No es posible volver en el tiempo en ninguna instancia de la vida, más aún, muchas veces ni siquiera es deseable.
a) Quien no presenta obstrucción no tiene enfermedad
b) Quien resuelve la obstrucción que padecía cura su enfermedad.
El análisis del prolongado proceso de aterogénesis permite concluir que el período más prolongado en el curso de esta enfermedad es justamente aquél donde la enfermedad está presente, pero la luz del vaso no se encuentra comprometida de manera significativa. Es perfectamente posible encontrar evidencias de notable afección funcional (disfunción endotelial) y estructural de los vasos con una localización excéntrica o extraluminal dando lugar al proceso conocido como remodelación vascular. Del mismo modo luego de un procedimiento desobstructivo exitoso endoluminal o quirúrgico, el flujo se restablece pero la enfermedad endotelial subsiste. Actualmente sabemos que los episodios agudos guardan menos relación con el grado de obstrucción previa que con las condiciones de vulnerabilidad locales o sistémicas de cada paciente.
Es conocido el modo en que nuestras prácticas se derivan de las representaciones que construimos de los objetos de conocimiento. La “metáfora de la cañería” como modelo de enfermedad vascular responde a una idea rudimentaria basada en conceptos puramente hidrodinámicos. De este modo no resulta extraño que muchas veces no se considere enfermo a quien claramente lo está o se considere curado a quien definitivamente no lo está. Resulta entonces más apropiado considera que la obstrucción no es la enfermedad, aunque represente un momento de extrema gravedad en su curso, y que la desobstrucción no es la curación, aunque represente un punto crucial como estrategia de tratamiento. La enfermedad es el conjunto de condiciones que hacen que la obstrucción ocurra y, la mayoría de las veces, esto no resulta modificado por lo procedimientos que restituyen el flujo de sangre en el vaso obstruido.
Considerar que rehabilitar es volver al estado previo a la enfermedad.
Esta premisa -inscripta en la propia palabra re-habilitar- encierra su propia falacia. No es posible volver en el tiempo en ninguna instancia de la vida, más aún, muchas veces ni siquiera es deseable.
Considerar a la ateroesclerosis como una enfermedad regional y segmentaria
La falta de perspectiva sistémica, la ausencia de visión integral del paciente y la alarmante incomunicación entre especialidades son sólo algunos de los motivos que generan esta situación.
Epicteto