El problema surge cuando la muerte es entendida como una elección y la vida como obligación.
Lo discutible, al parecer, es el siempre complejísimo dilema: si la sociedad puede obligar a las personas a vivir contra su voluntad, restando importancia a morir con dignidad.
“Los intelectuales envejecen mejor; los años no deben medirse por la fecha de nacimiento sino por la curiosidad intelectual que uno albergue”. Pero su fórmula incluye dos premisas más: “la segunda es vivir aquí y ahora y la tercera, ser creativo ininterrumpidamente; en cuanto paras estás perdido y aunque se sea frívolo o disperso, hay que serlo con intensidad, siempre”.